martes, 2 de junio de 2015

Contrabandos, guerras y misterios del río Tocuyo



Contrabandos, guerras y misterios del río Tocuyo
Por: Cruz Otero Duno

Fotografia: Cruz Otero

El río Tocuyo nace en el páramo de Cendé, estado Lara, ubicado a 3.585 metros sobre el nivel del mar. Su extensión es de unos 350 kilómetros de longitud. Este río recoge las aguas de una gran parte del sistema hidrológico larense, donde se encuentran los embalses Dos Cerritos y Atarigua. La palabra Tocuyo viene de Tucuyu, que significa “zumo de la yuca”, sin embargo, en denominación quechua, Tocuyo quiere decir “oye al búho”.

Presumiblemente los primeros en navegar río adentro o quizá caminar por los montes en forma paralela al cauce fueron los vikingos y pigmeos del Congo. Las versiones no confirmadas, pero muy estudiadas por navegantes nórdicos, hacen presumir que los vikingos colonizaron hace más de mil años una parte de lo que hoy es América.

En cuanto a los pigmeos se puede asegurar que estos diminutos congoleses hicieron acto de presencia en tierras del hoy estado Lara. La prueba es concluyente, ya que en la región de Quibor fueron encontrados 45 esqueletos que miden un máximo de 1,30 metros de estatura. Parte de estas osamentas reposan en el museo arqueológico de esa localidad, gracias al trabajo investigativo realizado, entre otros, por el recordado Hermano Basilio, quien fue un eminente docente en el Colegio La Salle de la ciudad de Barquisimeto.

Hay una versión de Ermila Troconis, escrita en su libro “Historia de El Tocuyo Colonial”, donde afirma que a principios del año 1720 navegaba muy a menudo por el río una fragata denominada “La Tocuyana”, propiedad de un comerciante de apellido Navarro, que partiendo de El Tocuyo (provincia de Barquisimeto) atracaba en el puerto de Veracruz (México).

Fueron muchas las causas que, a mediados de 1730, propiciaron el inicio de la actividad comercial ilícita en las desembocaduras de los ríos Tocuyo, Aroa y Yaracuy. Entre estas causales podemos citar la mala gerencia o gestión de las políticas impuestas por los españoles, que más bien alejaron las esperanzas de la formalidad legal y fomentaron la insuficiencia de los recursos alimenticios e insumos necesarios para una vida holgada.

Por esta razón el contrabando se hizo una costumbre difícil de desmembrar en las colonias americanas, aunque éstas habían establecido un pacto de caballeros con la realeza hispana a fin de que no escasearan los víveres y que con rapidez los rubros llegaran a los consumidores, sin embargo, a veces hasta los mismos gobernantes pasaban por encima de las disposiciones legales.

Indudablemente que el abastecimiento de la población provinciana dependió, en gran parte, de España; pero hasta la institucionalización de la Compañía Guipuzcoana dependió de Holanda.
El contrabando en la época colonial fue tipificado por todas las clases sociales, es decir, que se vieron involucrados burócratas, pequeños comerciantes y campesinos. Éstos hacían trueques a cambio de fanegas de café, cacao, tabaco, añil y cueros de reses y chivos.

Dado el caso, para el año de 1746 la provincia de Coro poseía una licencia especial para comercializar con la isla de Curazao, las márgenes del río Tocuyo solían ser utilizadas para la siembra y producción de tabaco, cacao y frutos menores. Para esa fecha el río Tucurere, las zonas de Játira, El Jongo y La Bacoa, al igual que la laguna de Tacarigua, desempeñaron un gran papel como improvisados escondites y fondeaderos

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